Hace pocos días, en el programa que conduzco en Gestiona Radio Benidorm, un tertuliano habitual apuntaba convencido que la turismofobia es una serpiente de verano magnificada por los periodistas en periodo estival a falta de noticias. Y que como tal serpiente calurosa dejaría pronto de ser portada en los medios. Yo esperaba que así fuera. Pero va a ser que no. Visto lo visto, la denominada turismofibia se está convirtiendo en parafilia. De la fobia que sienten estos cachorros de la CUP catalana denominados Arran se está pasando a la filia (amor) a la kale borroka. Si la parafilia es un patrón de comportamiento sexual en el que la fuente predominante de placer no se encuentra en la cópula, sino en alguna otra cosa o actividad que lo acompaña, los de Arran aman el mal generalizado y el destrozo por sistema. Sienten placer yendo contracorriente, y en su paroxismo independentista se han convertido en punta de lanza de los antisistema. Estos son capaces de pegarse un tiro en el pie y justificarlo después como que es la mejor forma de correr un maratón a la pata coja y ganarlo. El fin justifica los medios. Tiempo habrá después de recuperar lo destruido en la Arcadia feliz que promete la República Independiente de Cataluña.
En “Forrest Gump”, Tom Hanks comenzó a correr sin motivo aparente. Al punto le surgieron un centenar de imitadores y seguidores que interpretando lo que no existía le acompañaron en su viaje a ninguna parte. El peligro que se cierne con esta corriente de turismofobia es que se extienda como un chapapote y cale en los antisistema, nacionalistas, independentistas, partidos emergentes, divergentes, revolucionarios de medio pelo, a tiempo completo o mediopensionistas. Ya se sabe que cuando un tonto coge una linde, la linde acaba pero el tonto sigue.
Es cierto que Barcelona está sufriendo una gran presión turística. Pero no muy distinta de la que sufren otros lugares de un país como España que tiene un 11,2% del PIB nacional basado en el turismo. Y no protestan saboteando nada ni a nadie.
Hasta finales del siglo pasado, los nacionalistas catalanes, en su victimismo constante y recaudatorio, se quejaban de la falta de inversión de los gobiernos centrales. Barcelona era una ciudad que no figuraba en el mapa turístico internacional a pesar de su potencial y de Gaudí. En 1992, con el esfuerzo y el dinero de todo un país, se puso en el mapa turístico la ciudad de Barcelona a partir de los Juegos Olímpicos. Y con las transferencias en materia turística transferidas a las Comunidades Autónomas, la gestión de ese potencial y caudal de ingresos le correspondía y le corresponde al gobierno de la Generalitat de Cataluña y al Ayuntamiento de la Ciudad Condal. La mala gestión en materia turística en ambas instituciones, la escasa imaginación y la política servil de los partidos democráticos convertidos en instrumentos en manos de los anticapitalistas y antisistema de la CUP han generado un problema que todavía tiene solución. Siempre y cuando algunos políticos o la propia alcaldesa de Barcelona, la señora Colau, no se pongan de perfil y condenen con contundencia estas prácticas gamberras y peligrosas. Aunque esa actitud racional pueda incomodar a los grupos minoritarios que tienen secuestrada la política y la democracia en Cataluña.
Quienes han generado el problema tienen la obligación de solucionarlo. Y más ponto que tarde. No vaya a ser que la peste se extienda.